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¿Pagó don José María su propia estatua?

Después de un siglo largo de controversias, de polémicas por sus retiradas o traslados, de rebuscos interminables, de críticas y alabanzas, se podría concluir que solo una afirmación ha sido irrebatible durante 127 años: Es una escultura más fea que Picio. Se trata de la estatua ubicada al final del Malecón y que honra la memoria de don José María Muñoz y Bajo de Mengíbar, un rico filántropo que repartió gran parte de su fortuna entre los damnificados por la terrible riada de Santa Teresa, en 1879.

En la base de la obra, por si a alguien se le olvidaba, puede leerle: ‘Socorrió con cien mil duros a los inundados de 1879. Y se le dedica este recuerdo costeado por suscripción’. Pero aquí comienzan los problemas. Porque muchos han mantenido durante las últimas décadas que fue Muñoz quien costeó, para mayor gloria de su nombre, esta escultura y otras tres más que se erigieron en Alicante, Cuevas de Almanzora (Almería) y Orihuela. Las cuatro eran (y son) idénticas.
A Muñoz, natural de Cáceres y afincado en Alicante, no le faltaron elogios en vida. El Diario de Murcia publicó en la portada de su edición del 22 de octubre de 1879 una carta dirigida al benefactor, advirtiéndole de que hombres como él eran «gigantes, faros luminosos, estrellas esplendorosas que guían y alumbran a la Humanidad». Muñoz acababa de donar a los murcianos 26.000 duros, unos 3,3 millones de reales.
El día 29, en el antiguo Salón de Plenos del Ayuntamiento -el actual data de 1927- se escenificó la donación. Al acto acudió el obispo de Cartagena, el gobernador, el presidente de la diputación y diversos diputados y concejales. Y allí, ante todos, don José María extendió sobre una mesa, «en monedas de oro, la cantidad de 498.000 reales, dividida en 150 lotes», según el Diario. La expectación era máxima.
Unos días antes, la Junta de Socorro había elaborado una lista de beneficiarios tras consultar a los pedáneos, «párrocos y vecinos honrados de los partidos inundados». Uno a uno, empezando por los de Aljucer, los desgraciados ‘agraciados’ se acercaron a la mesa para recibir el dinero de manos de Muñoz. Realizada la donación, comenzaron los homenajes, las medallas, la dedicatoria de calles y plazas&hellip y las estatuas. ¿Quién las pagó?
El Diario nos da la respuesta haciéndose eco del Oriolano, una publicación que describía «cuatro estatuas fabricadas en Santander con los productos de la suscripción que se inició para rendir un tributo de admiración al prócer eminente de la caridad». Diversos diarios de todo el Sureste incluyeron noticias similares sobre la procedencia del dinero. Así, o Muñoz fue agasajado por el pueblo, o fue artífice de una conspiración fabulosa.
Un deseo personal
Aclarada la cuestión, solo resta determinar quién o quiénes pusieron los cuartos. ¿Colaboró Muñoz? Vaya usted a saber. En cambio, una vez más, el Diario nos aporta una pista. El día 21 de enero de 1880 publicó una sencilla nota donde informaba de que un vecino de Era Alta «nos ha entregado una peseta para la suscripción de la estatua a D. José María Muñoz». También desvela que la escultura no se colocará «hasta la muerte del insigne filántropo», en 1890. Era un deseo del homenajeado.
En julio de 1886 se constituyó una comisión que debía encargarse de custodiar el bronce, que fue depositado en el Consistorio. Por entonces se barajaba la posibilidad de instalarla en El Arenal, junto a La Glorieta. El día 26 llegó la pieza a la ciudad.
¿Dónde la colocamos?
El célebre periodista Martínez Tornel fue el primero que criticó la pobre factura de la pieza. Al contemplarla, lamentó que la escultura llevara levita, «porque al hacer el donativo, casi de cuanto tenía se quedó sin nada». De paso, también se opuso a que se erigiera en la plaza de Santa Catalina, como exigían algunos. Finalmente, el alcalde reunió a la comisión el 27 de julio de 1888 y anunció el lugar elegido: El Malecón. Sin embargo, a última hora, se prefirió la plaza de las Balsas.
La estatua fue inaugurada el 19 de marzo de 1889, pero en la plaza de Camachos. A Martínez Tornel no le gustó la ubicación. Según escribió, la amplitud del espacio empequeñecía la obra. En 1895 -¿no querías caldo, Tornel?- se trasladó al centro de la plaza. Tres años después, el alcalde de Alicante ordenaba que desmontaran la ubicada en su ciudad «porque es muy fea».
La de Murcia no duraría mucho tiempo más. En 1921, un concejal exigió al alcalde que se recuperara, «ya que ha sido preciso el traslado de la misma». ¿Y dónde la habían guardado? Un breve de ‘La Verdad’ de 1926 nos lo aclara en la carta de un vecino enfadado, pues «se encuentra olvidada en los sótanos de este ayuntamiento». Finalmente, el 11 de septiembre de 1931, en plena Feria, se reubicó justo en el primer emplazamiento propuesto en 1888: El Malecón, junto a la histórica Casica de los Tablachos.
«Dolorosa desdicha»
Martínez Tornel ya profetizó en 1879 que «la estatua, con su levita y todo, dirá a las generaciones futuras que en pleno siglo XIX hubo un D. José María Muñoz que dio sus riquezas y quedó pobre por remediar la más grande y más dolorosa desdicha que ha pesado sobre la ciudad de Murcia». Estas líneas actualizan aquel deseo.

 

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